miércoles, 16 de mayo de 2012

La calidez que abre más puertas que una llave


Y qué decir sobre las sonrisas, sobre las miradas a los ojos, sobre saludar dando la mano con fuerza y ahínco. Esa calidez, ese tipo de calidez en el trato con el otro, con el prójimo, es algo por lo cual debemos abogar siempre. Es algo muy importante poder sentirnos de alguna manera hermanados con cualquier hijo de vecino que aparezca en el camino.
¿Tan difícil es poder tratarnos mejor? Cuánta sabiduría hay a la vuelta de la esquina, en las arrugadas manos de la gente mayor, en la sonrisa e inocencia picarona de los niños, en la mirada complice de esa muchacha que encontramos por la vereda o en el colectivo mismo. Esa sabiduría que encontramos también en el silencio con nosotros mismos que a veces es casi tan necesario como el oxígeno que respiramos, justamente silencio, silencio que no nos deja ahogarnos en esa brusquedad y violencia cotidianas que en muchas ocasiones no estamos exentos de sufrir.
Pero, a pesar de esta aceleración que vivimos a diario, es bueno sentirnos UNO con todo y con TODOS. Esa sensación de hermandad, hace que podamos tener calidez, buena onda en cada cosa que emprendamos y que esté vinculado a las otras personas, de manera tal que, podamos abrir más puertas, incluso esas puertas con tantas llaves que nos dificultan el fluir...
De vez en cuando no está mal parar un poco la pelota, así como lo hace un tal Riquelme en el fútbol, como lo hace el poeta que mira el atardecer desde la ventana, como el amante mira hacia el infinito luego de estar con su amor, amor clandestino o no, pero amor al fin.
Y que bien hace desacelerarnos de vez en cuando, para respirar, para poder construir en lugar de destruir como estamos acostumbrados en estos tiempos de inminente conexión pero, incomunicación.
Hijo de este mundo, hijo de esta tierra, hermano del otro, amigo propio.
Casi como él: en cada cosa que hacía. Lo enunciaba con tanta simpleza como profundidad Facundito. Facundo Cabral, ese que nos dejó más que música...



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